
En septiembre, la esencia de Ribadesella se revela en su máxima expresión, resonando con los claros tañidos de las campanas de la iglesia de Santa María Magdalena. Estos sonidos, ocultos en los meses anteriores bajo la algarabía veraniega, vuelven a ser protagonistas, trazando en el aire una melodía nostálgica que invoca recuerdos de los veranos pasados.
El cese del bullicio marca una transición palpable: la despedida de aquellos que vinieron a disfrutar del verano y el reencuentro de los lugareños con su pacífica cotidianidad. Este cambio se siente intensamente en la estación de autobuses del pueblo, un sitio que parece detenido en el tiempo con su decorado añejo y que alberga uno de los secretos culinarios más preciados de la región: la cocina de Loli.
María Dolores García, cariñosamente conocida como Loli, ha convertido este rincón en un verdadero tesoro gastronómico. Con sus 78 años, Loli y sus platos tradicionales han ganado notoriedad y han hecho de la estación un punto de encuentro esencial. La tortilla de patata de Loli no es solo comida, es historia y tradición, es una anécdota convertida en leyenda que salvó este pequeño establecimiento de caer en el olvido.
Y aunque la tortilla pueda haber sido el comienzo, la carta de Loli ha crecido para incluir otras delicias como el aclamado rollo de bonito, una especialidad que evoca el verano en cada bocado. Los comensales que pasan por la estación, ya sea para disfrutar de la comida o para compartir una tarde jugando cartas, son testigos de la magia que se ha tejido en este lugar, entre recetas, anécdotas y partidas de mus.
Ribadesella, con su mezcla de naturaleza, tradición y gastronomía, se presenta en septiembre como un lienzo en el que se pintan memorias, melodías y sabores. Y en el centro de este lienzo, con su sonrisa y sus manos prodigiosas, está Loli, la matriarca culinaria que ha dado sabor a incontables veranos y que promete seguir haciéndolo por muchos años más.
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